Volcar el rey

Sábado 23 de agosto de 2014
El Hombre Invisible es mi Sibila de Cumas y vaticina sus augurios en tardes de llovizna, cifradamente, al amparo del humito de un sahumerio en un solitario bar de San Telmo. Dice -o creo escucharlo- mientras escudriño la borra en el fondo de mi pocillo: “No se puede negociar uno sólo de los diez mandamientos de la Tabla de Moisés como no se puede negociar ni un sólo pecado capital de los siete de la Tabla de Satán. No hubo quita; fueron 30 monedas de plata las de la traición de Judas, ni 29 ni 31; y no se puede negociar el óbolo de Caronte ni agregar una sola luna a las asignadas cuando lleguemos a la tenebrosa orilla del Aqueronte en el Hades. Son cuestiones cuya medida, rígida e inamovible, se impone más allá de las pretensiones humanas. La matemática financiera -sobre todo la del mundo de la usura blanca, con su máscara de legalidad pero siempre injusta a los profundos ojos ciegos de Temis- tampoco es una opinión en la que tenga algún valor el “yo quisiera”: en ese parco ámbito dos más dos son cuatro, y no cinco ni tres, a “mi” gusto. Los buitres que reclaman su pizca de carne como Shylock no infringen la Tabla de Moisés ni desacatan la de Satán, instruyeron a Judas y auspician a Caronte, y saben desde tiempos remotos que todo tiene un término bajo el dominio de la luna. Cada vez queda menos tiempo para decidir una estrategia para negociar con ellos, ese vano intento esperanzado de ventaja, porque el catálogo de jugadas no les es tampoco ajeno. Difícilmente no hayan previsto anticipadamente aquellos ajedrecistas de bonos y vencimientos nuestros gambitos de dama, enroques de torres, sacrificios de peones y jaques al descubierto. La víctima no tiene mucha escapatoria y el verdugo apresta el hacha, mide la distancia al pescuezo y la altura a la que subirán sus brazos, y todo indulto será, desde este punto de vista, tardío. Se trata de dinero, como aquellas 30 monedas, de complacer a dios y al diablo, y también de esquivar al riguroso Caronte, como Heracles y Orfeo”.

Aguará-í