Razones

Jueves 24 de abril de 2014
Duermen a la intemperie, alejados por propia voluntad de la casa cálida, la cobija, la olla humeante. Tienen edades dispares, los hermana cierta tribulación de destino que asombraría a más de uno, y sus historias sólo Dios las conocía porque acaso él también ya las olvidó.
Se acuestan en cuanto se acalla el trajín de la avenida, y se levantan antes que comience de nuevo. Casi nadie los ve, salvo quién ande de paso, al desgano de hacer tiempo, sin el apuro de un trámite siempre rutinario, al alba, por la gran ciudad.
La vieja de cabellos blancos - de aspecto ruso o polaco (ojos claros) - abrigada, con zoquetes y pantuflas le echa migas de pan a las palomas apenas abandona su sala de estrellas. Es lo primero que hace al levantarse (duerme en un zaguán) así como cualquiera de nosotros le llena el plato de alimento a su perro o su gato. Duerme a la intemperie, quedó dicho, y dice: “… para que al menos el olvido se aproveche de las cosas que perdí…”
A una cuadra, el muchacho - menos pulcro que la vieja - de procedencia indescifrable, duerme ovillado sobre un lecho de cartón. Su heladera es una bolsa de supermercado y su mesa, las rodillas. Apoyó, a modo de rebeldía, un cartel contra el muro que dice a las claras qué opina del mundo. Duerme a la intemperie, y dice: “… para que en la dramaturgia del sueño la traición púrpura y mustia mute tiernamente por unas horas al gris…” (Su cartel reza: ¿El voto es el arma del pueblo, o el arma es el voto del pueblo?)
Una cuadra más adelante, el viejo es de película -sobre todo por su barba sempiterna -también duerme a la intemperie como la vieja y el muchacho. Un mozo le arrima furtivamente una taza de café con unas medialunas. Y el viejo también habla; y dice que duerme “ … porque en la pesadilla de los ojos abiertos es un despertar de maravilla este esperanzado dormir…”
En la otra cuadra, la Casa Rosada.

Aguará-í